sábado, 1 de noviembre de 2008

¿Quiénes son los habitantes de Leonia?


Si les preguntásemos a los residentes de Leonia, otra de Las ciudades invisibles de Calvino, responderían que su pasión consiste en" gozar de las cosas nuevas y diferentes". Ciertamente "cada mañana la población se despierta entre sábanas frescas, se lava con jabones recién sacados de su envoltorio, se pone batas flameantes, extrae del refrigerador más perfeccionado latas todavía sin abrir, escuchando los últimos sonsonetes del último modelo de rádio". Sin embargo, cada mañana, "los restos de la Leonia de ayer esperan el carro de la basura", y un forastero como Marco Polo, mirando, por así decirlo, a través de las rendijas de las murallas de la historia de Leonia, se preguntaría si la auténtica pasión de los habitantes de Leonia no consiste más bien en "expulsar, apartar, purgarse de una recurrente impureza". De no ser así, no se entendería por qué los basureros son "acogidos como ángeles", aun cuando su tarea "se rodea de un respeto silencioso", lo cual resulta comprensible, pues, "una vez desechadas las cosas, nadie quiere tener que pensar más en ellas". Aunque la población de Leonia destaca por ir a la caza de las novedades, "una fortaleza de desperdicios indestructibles" circunda la ciudad y "la domina por todos lados como un circo de montañas".
Cabe preguntarse si los habitantes de Leonia ven esas montañas. Puede que algunas veces, especialmente cuando una inesperada ráfaga de viento transporta hasta sus impecables hogares un hedor que evoca un montón de basura, más que el frescor, el esplendor y la fragancia absolutos de las entrañas de las tiendas de novedades. Una vez que ha sucedido, les cuesta apartar su mirada; mirarán temblando hacia las montañas, con preocupación y temor, y quedarán horrorizados por lo que verán. Aborrecerán la fealdad de las montañas y las detestarán por emborronar el paisaje; por ser fétidas, asquerosas, ofensivas y absolutamente repugnantes, por albergar peligros concocidos y peligros que no se asemejan a nada antes visto, por almacenar los riesgos visibles y otros riesgos que no se aciertan ni siquiera a imaginar. No les gustará lo que verán y no querrán seguir mirándolo. Odiarán las sobras de sus ensueños de ayer, tan apasionadamente como amaban las ropas completamente nuevas y el último grito en juguetes. Desearán que desaparezcan las montañas, que sean dinamitadas, aplastadas, pulverizadas o disueltas. Se quejarán de la pereza de los basureros, de la indulgencia de los capataces y de la complacencia de los jefes.
Incluso más que los propios desperdicios, los habitantes de Leonia abominarían de la idea de su indestructibilidad. Se sentirían horrorizados al conocer la noticia de que las montañas, cuya desaparición desean con toda su alma, son reacias a degradarse, deteriorarse y descomponerse por sí mismas, amén de ser resistentes, si no inmunes, a los disolventes. Con tozuda esperanza en lo imposible, rehusarían aceptar la simple verdad de que los odiosos montones de basura sólo pueden no ser si (ellos mismos, los habitantes de Leonia) no los hacen ser.

BAUMAN, Z. (2005). Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Barcelona: Paidós.

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