domingo, 29 de marzo de 2009

La epifanía del rostro

He encontrado un texto que nos ayuda a comprender lo que un rostro nos puede revelar, la profundidad que encierra acercarnos a las historias de vida de cualquier persona, y en especial las de aquellos que se hallan inmersos en dinámicas de desigualdad. No banalicemos estas historias...

El autor del texto es Marcos Dalla Cia. Si deseas descargar el texto pincha aquí

"Epifanía es revelación, manifestación, presencia. Algo se nos es dado, algo se nos muestra; está ahí, lo aceptemos o no. Un rostro revela mucho; al menos si pensáramos unos instantes en ello nos daríamos cuenta de lo que tenemos en frente: estamos ante otro, estamos ante un misterio, estamos frente a nuestra realización y a su vez frente a nuestros profundos temores. En el rostro del otro se encierra una llave, llave que puede abrir muchas puertas y que nos puede hacer andar por caminos diversos, algunos terriblemente hermosos, otros hermosamente terribles. ¿Dónde está lo terrible? ¿Dónde lo hermoso? Todo esto está en el mismo rostro desnudo, que representa a la humanidad en lo que de frágil, carenciado e indigente tiene, y a su vez en lo que de misterioso y atrapante posee. Dos realidades que conviven, la pobreza por un lado, y lo misterioso y rico por el otro; dos caras de una misma moneda, dos facetas que nos atraen pero que a su vez rechazamos. Nos llama lo misterioso; desde lo hondo de nosotros reconocemos ese impulso que nos arrastra hacia lo profundo, hacia lo inabarcable, hacia lo que nos supera, sobrecoge, admira y envuelve. Aunque la atracción acá es total, sin embargo nos vemos simultáneamente asaltados por un miedo que muchas veces rosa el terror. Lo profundo, lo desconocido, “lo que no manejo”, son todas experiencias que nos hacen conocer con una despiadada certeza la miseria y desnudez de la propia existencia. A su vez, toda esta realidad de temores e inseguridades es lo que nos hace palpar nuestra vulnerabilidad y la necesidad que tenemos de los demás. Y acá está ése lado hermosamente terrible del que antes habláramos, ya que el sabernos pobres y débiles nos hace vivir de una forma tal que no nos impide decir al otro “te necesito” y “me haces falta”; es más, no solo no nos impide decir tales cosas sino que sentimos la imperiosa necesidad de decirlas. Sabernos carenciados nos hace vivir de tal forma que no tememos a lo que somos ni hacemos esfuerzos titánicos por mostrar a un yo que no existe, que traiciona a la naturaleza humana, a un yo seguro, fuerte e invulnerable. Conocernos con flaquezas nos hace vivir de tal forma que no sentimos la necesidad de construir muros, ni de generar dolorosas distancias, ni de poner oscuros velos sobre nuestros rostros. Saber que estamos desnudos nos hace vivir de tal forma que no nos cierra al abrigo del otro, a su cobijo y a su amor, al contrario, vivir habitando ésta realidad nos hace sentir como fundamental el abrazo y cercanía de los demás.

En todo esto el rostro juega su papel central. El manifiesta éstas dos dimensiones de la naturaleza del hombre: la miseria y lo misterioso. El rostro desnudo nos muestra lo vulnerable del otro; lo decubierto da la sensación de desprotección e indigencia. A su vez, el rostro nos muestra lo que de particular y específico tiene el otro: aquel a quien miramos se nos presenta tal cual él es, con su mirada, sus rasgos, su gestos, su sonrisa. No existe un rostro genérico; al hablar de rostros lo hacemos haciendo referencia a personas concretas: es la mirada de éste, es la sonrisa de aquel. En el rostro se nos manifiesta ésta persona y nada más que ésta persona; y nuestro compromiso y entrega es para con ésa persona concreta, a la que reconocemos como única, distinta y digna de ser amada. Porque así como cada uno de nosotros siente la necesidad de ser reconocido, amado, respetado y promovido, también cada persona es portadora de iguales anhelos. Y a esta realidad no le podemos escapar. Podremos negarla pero nunca podremos decir que no supimos de su existencia. Esto es lo grandioso del rostro: él no nos deja mentir, desenmascara nuestras hipocresías, nuestros temores de jugarnos y vincularnos con el otro. El rostro en cierta forma está allí, denunciando nuestra cobardía y nuestro egoísmo. Pero también está allí para recordarnos de que barro estamos hechos, de donde venimos y hacia donde nos dirigimos. Nos recuerda que no somos “solos en el mundo” sino que estamos llamados a ser con otros. Se podría decir que es una oportunidad, una nueva chance. Confrontándonos con el rostro ajeno nos conectamos con lo más propio de nosotros mismos y descubrimos, si queremos, nuestra vocación a la comunión. El rostro aquí es, como dijimos, oportunidad, oportunidad de cambio y de mejora.

En síntesis podríamos afirmar con Levinas que ante el rostro no tenemos más que dos opciones: la acogida del otro, o sea, su aceptación, o la negación y el consecuente desprecio. Son éstas dos las opciones que se nos presentan: una nos abre y nos hace crecer al poder nosotros realizar con los demás lo más esencial de la persona humana: la vincularidad. La otra decisión nos entierra vivos. Y usamos esta expresión porque nos parece que es la más adecuada para manifestar una existencia que transcurre de manera tan desesperante. A muchos de nosotros se nos habrá erizado la piel al escuchar historias de personas que, siendo dadas por muertas, fueron encerradas en un ataúd y enterradas, y que pasado un lapso de tiempo recuperaron el sentido y se encontraron en semejante situación. Análogamente transcurren nuestras vidas al obstinarnos en no reconocer en los rostros que nos rodean (y que querramos o no están allí interpelándonos) la manifestación patente del sentido de muestra existencia. Una opción: o por la vida o por la muerte. Un camino: el cotidiano, personal y a veces desfigurado y herido rostro del otro"

No hay comentarios: